11/Apr/2013 Volver
Esta columna de Nicolás Shea fue publicada en los blogs de La Tercera.
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El 2012 fue el “Año del Emprendimiento” y el 2013, el gobierno lo ha bautizado como el “Año de la Innovación”. De esta forma, el último año de la administración del presidente Sebastián Piñera, hace énfasis en la innovación como motor de desarrollo para Chile, pero para que este noble y necesario esfuerzo no sólo sea un bonito slogan, hay ciertos desafíos que hay que identificar y enfrentar.
La innovación no consiste en desarrollar aplicaciones para el Iphone o usar zapatillas fosforescentes. Como decía Joseph Schumpeter en el siglo XIX, la innovación es la destrucción creativa que permite reordenar los activos de una sociedad de una manera más inteligente que aumente el bienestar social.El propósito y la esencia de la innovación no está en el cambio, sino en el impacto. Tiene que ver con generación de valor de manera acelerada. Debemos liberar la fuerza del emprendimiento para repensar aquellas industrias más relevantes para nuestro país: energía, alimentos, educación, salud, financiero y atrevernos a adoptar cambios innovadores, cueste lo que cueste, les guste o no a los ya establecidos.
Desafiar el status quo conlleva a veces un esfuerzo titánico, casi suicida. Como dijo Maquiavelo en el Siglo XVI, promover el cambio es la tarea más difícil de emprender, pues quien lo haga recibirá sólo un tibio apoyo de aquellos que puedan verse beneficiados y un férreo rechazo de aquellos que puedan verse afectados. En este contexto, sobre todo en etapas tempranas, los emprendedores son vulnerables. El Estado puede y debe jugar un rol importante en protegerlos y garantizarles un juego justo.
En determinadas industrias una buena regulación es fundamental para garantizar el bienestar de los ciudadanos. Sin embargo, es un juego peligroso, pues se corre el riesgo de ser capturado por el regulado con la consecuente expropiación de valor y freno a la libertad de emprendedores y ciudadanos. Es tentador para el gobierno involucrarse más de la cuenta en ámbitos que no le corresponden y justificar intervención directa por supuestas fallas de mercado. Como en todo emprendimiento, la clave no está en entender qué es lo que debo hacer, sino en descartar lo que no debo hacer. Malas políticas públicas de emprendimiento terminan extendiendo artificialmente la vida de emprendimientos que quizás nunca debieron existir e inhibiendo la de otros que sí.
Por muchos años se ha visto con desconfianza, por no decir repudio a quienes han fracasado en sus empresas. No podemos pretender que las mentes creativas e innovadoras de nuestro país no tengan miedo a dar grandes pasos, si en nuestra cultura fallar no está permitido. A quienes fallan, se les estigmatiza y eso, es un problema del que como sociedad debemos hacernos cargo. Fallar está y debe estar permitido. Así como también la oportunidad de reinventarse, de re-emprender. Aprender de los errores para ser mejores, sólo así se avanza. No podemos castigar con falta de financiamientos y permisos a quienes no triunfan en el primer intento.
Los principales promotores del emprendimiento no son los colegios, universidades, ni menos el Estado. Quienes más pueden moldear vocaciones emprendedoras son los padres, amigos, maestros y todos los miembros de nuestro entorno más cercano. Si queremos un Chile social y económicamente sustentable tenemos la obligación de mostrarles a nuestros hijos el camino del emprendimiento y la innovación como una alternativa para conciliar lo mejor de nuestra historia con lo mejor de la modernidad, para hacer de Chile un país más libre, justo y próspero